jueves, 19 de noviembre de 2009

CHISPAZOS DE LA GALAXIA ESCOLAR


- Lo que quiere usted decir es cierto. Lo que dice no.
Así sentenciaba don Celes cuando los alumnos le dábamos alguna respuesta atravesada. Don Celes era un cura viejo que daba clases de latín y que, al decir de algunos, se sabía el Quijote de memoria. Él era capaz de barruntar lo que sabíamos, o creíamos saber, a la luz de lo que decíamos, aunque fuera equivocado. Creíamos saber bastante y él calificaba con arreglo a eso, así que las notas eran generosas. Pero no aprendimos mucho latín.
Aún así, yo intento seguirle e intuir lo que un alumno concibe más allá de una respuesta aparentemente disparatada. Este curso, por ejemplo, una alumna de 3º de ESO habló del “macizo Galáctico” para referirse al macizo Galaico. Una vez que se borró la risa de mi cara, empecé a considerar el interés de la fórmula. Pues, ¿acaso no es el corazón de esas montañas Santiago de Compostela, campo de estrellas o galaxia y centro de gravedad espiritual para esas masas de peregrinos y de turistas que creen visitar allí la tumba de Santiago el mayor? Lo cual me recuerda la definición de Vía Láctea aportada en otro examen: “el polvillo que se formó al crearse el universo y quedar dividido en varios planetas, concretamente nueve”.
Si otro alumno (tiro de mi registro histórico) afirma que “en el paleolítico abundaban las mujeres en estado”, la observación no puede ser más atinada. Sin duda debió de haber una mortalidad muy elevada, sobre todo infantil, en las primeras fases de la humanidad y en esas condiciones la abundancia de mujeres gestantes fue un requisito esencial para la supervivencia de la especie. (De la nuestra; los esbeltos neanderthales, los simiescos australopitecos y demás homínidos no tuvieron la misma suerte). Que las figurillas de venus obesas reflejaran esa realidad –lo mismo que el color ocre con que se las asocia- no es sino un detalle secundario.
No es de extrañar que esta creatividad escolar se expanda y florezca con esplendor al hablar de las primeras civilizaciones: los egipcios, mesopotámicos, judíos, aztecas… A ellos debemos los fundamentos de nuestra cultura: la escritura, el arte, las matemáticas, la astronomía, la medicina, el Estado, las obras públicas y, last but not least, la historia. También la creencia en el más allá y la formación de una cohorte de funcionarios que medra administrando esa creencia. Es ahí sin duda donde el alumno inspirado puede dar el do de pecho expresivo. Véase, si no, al hablar del país de las pirámides: “el escriba estaba en medio de todos y todo le daba vueltas”; “les daban todos los días de comer a los muertos”; “al faraón le quitaban los sesos”; “cantaban muchos himnos al faraón, solo cuando moría”; y en esa tesitura funeraria “ponían una gran piedra, debajo al muerto y encima otra piedra”. Así pues, “el Antiguo Egipto estaba habitado por momias y todos escribían en hidráulico”. Qué maravilla. No había fútbol, además.

(Clase de Plástica en la ESO egipcia. El suave clima permitía uniformes muy livianos)

Y ¿qué no decir de los judíos, siempre en el punto de mira de unos y otros (y no solo metafóricamente)? Un alumno enterado nos aportará elementos de juicio básicos al respecto: “los judíos profanaban su religión en catacumbas”; “cuando nace un niño, le hacen la crucifixión”; “no creían que el Cristo era el Mesías Salvador, sino un enviado de Alá”; “no pueden comer carne de cerdo, ni vever (sic) vino (…) y cuando son las horas punta se ponen a rezar en dirección a la Meca”. Con unas costumbres tan estrambóticas no es de extrañar que hasta el propio Jesucristo, judío él mismo, no dejara de maldecirles e insultarles, como reflejan los Evangelios. (Y eso que era buen chico pacifista y amigo de ayudar al prójimo). Pero el cristianismo no sale mejor parado ante el juicio crítico del alumno. En él “el pueblo tiene una gran ignorancia, vive para dar “placer” a la Iglesia, no para él mismo”.
Podríamos seguir transitando indefinidamente los múltiples registros de esa originalidad escolar. Baste por hoy. Pero algún profesor de ceja alta podría rechazar displicente estas ocurrencias considerándolas meros desvaríos sin sustancia. No se daría cuenta de que, como decía el recientemente fallecido Lèvy Strauss (el antropólogo, no el de los pantalones vaqueros), “comprender consiste en reducir un tipo de realidad a otra; la realidad más verdadera no es siempre la más evidente o explícita”.
Y, además, después de todo, ¿qué es el conocimiento?, ¿qué la verdad? Los filósofos tomistas creyeron resolver el problema enunciando que esta es adaequatio intellectus et rei (la adecuación de la mente y las cosas); pero luego vinieron los nominalistas para señalar que entre una instancia y otra median los conceptos, que se expresan con palabras. Con ellos tendría que ver la actividad intelectual y la capacidad de percibir, comprender y razonar. Ese pequeño detalle complica un tanto las cosas. Así resulta que, por ejemplo, algunas lenguas esquimales tienen siete u ocho palabras distintas para designar la nieve y el color blanco, mientras que los idiomas indoeuropeos solo tienen una, que sepamos. Si un idioma tiene un registro léxico de, pongamos, 50.000 palabras y otro solo de la mitad –o el doble-, ¿quiere eso decir que la capacidad intelectual es el doble o la mitad en uno u otro caso? Lo que predicáramos en nuestra lengua acerca de la nieve blanca, ¿sería trasladable sin más a las lenguas esquimales? No por cierto, ya que en los campos semánticos las palabras se discriminan mutuamente por medio de notas y matices que se dan en algunos términos, pero no en otros. Así pues… ¿qué? La verdad, confieso que me he perdido, no sé a dónde iba, pero ruego al paciente lector que trate de captar lo que quiero decir partiendo de mi pobre y farragosa exposición. En mi descargo diré lo que dicen a veces los alumnos al entregarte un examen en blanco:
- Ayer me sabía bien la lección, pero ahora, con los nervios, se me ha olvidado todo.
Termino añadiendo que, como suele ocurrir, el poeta expresa mejor esta situación humana:

Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, vagan los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo….

(Tarea: averiguar de qué poeta se trata. Pistas: vivió en Soria y no es Zorrilla).

Luis Castro


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