El caso es que, siendo persona, como ya he dicho, poco habituada a socializar en grandes círculos, me sentí gratamente acogida y viví una agradable y divertida tarde.
Mi intención en este comentario no es hacer un alegato en defensa de esta tradición, sólo relativizar determinadas críticas destructivas sobre este evento, que he oído y leído, y destacar que, si bien es verdad que hay determinados hábitos que mejorarían al ser reconducidos (excesivo consumo de alcohol, la peligrosidad taurina en algunos casos...), la fiesta en sí tiene un sentido de cordialidad y humanismo conciliador elogiable: da igual quien seas y de donde vengas, porque, si vienes al carnaval, eres uno más. Conviví con un pueblo unido, alegre, divertido, amable y acogedor (aquí he de mencionar la simpatía de los alumnos con los que me topé).
Doy gracias a mis compañeros y a la familia Marta, en concreto, sobre todo a Pepa, grande, grande y muy especial, por su cálido trato y por regalarnos generosamente una tarde tan divertida y reconfortante, creando un espacio de expansión en un entorno que requiere tanto esfuerzo como es el educativo.
Sin más: ¡Gracias de corazón!
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