El 23 de febrero de 1981, la joven democracia española vivió su prueba más difícil. Militares nostálgicos del antiguo régimen protagonizaron un intento de golpe de Estado que pudo haber acabado en un baño de sangre o una nueva dictadura. El resultado final fue la consolidación definitiva del sistema democrático, aunque a costa de un retraso en el proceso de descentralización del Estado. Ver videos y Leer más...
martes, 23 de febrero de 2010
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Parece que fue ayer...
ResponderEliminar¿Dónde y cómo estaba uno entonces?
Copio aquí un párrafo del prólogo escrito hace pocos dias para la reedición de un libro amigo:
"... Precisamente la tarde del 23-F de 1981 estábamos en el despacho de cierto profesor de historia del Colegio Universitario de Soria con Juanito Sanz, “el Perrero”, de cuya odisea como “topo” se habla ampliamente en este libro. Ese profesor tenía la intención de publicar un libro sobre la Guerra civil en Soria y le habíamos puesto en contacto con Juan para que tuviera testimonios de primera mano de personas que vivieron aquellos acontecimientos. Así pues, mientras el veterano cenetista recordaba cómo los anarquistas se reunían en su sede de la Plaza del Olivo los días anteriores y posteriores al 18 de julio, se dirigían al gobernador civil para pedir armas en plan defensivo y preparaban una huelga general para el día 20 (que no hubo lugar), otro profesor (Alfredo Gimeno) llamó a la puerta para decirnos que la Guardia Civil había entrado pegando tiros en el congreso. Otra vez –comentábamos con Juanito medio en broma- iba a ser necesario pedir armas para defendernos. El caso es que ahí terminó la entrevista y que el libro sobre la Guerra civil Soriana quedó en el tintero universitario..."
Yo salí algo alarmado (entonces era responsable del P.C.E. en Soria) y me puse en contacto con mis compañeros. La alarma duró hasta que un policía armada, ya de madrugada, vino a mi casa para pedirme que le acompañara al Gobierno civil. Allí se nos informó a los partidos y a los sindicatos de que el golpe estaba controlado en toda España, excepto en Valencia, donde Milans del Bosch mantenía sus carros de combate en las calles principales. (Inquieta pensar que este sujeto, ejemplo de la oficialidad franquista que entonces predominaba en los cuarteles, hubiera permanecido un poco más como jefe de la división "Brunete" en Madrid; pero el astuto ministro de Defensa Narcís Serra le había desplazado poco antes a Valencia, sin duda intuyendo lo que se avecinaba).
Luego supimos que algunos compañeros esa noche durmieron fuera de sus casas, quemaron ficheros y papeles comprometedores y mantuvieron una vigilia expectante. Nosotros no hicimos tal cosa. Que los golpistas no controlaran los medios de comunicación ni los canales de contacto del ejecutivo con los gobiernos civiles -que son la espina dorsal de un sistema político- nos hizo ver que el golpe era una chapuza, como tantos antes. Ya avanzada la noche, nos fuimos a dormir tranquilamente.
Durante muchos años creí que fui a trabajar al día siguiente, pero algunas ex-alumnas (era un instituto femenino) luego me han dicho que no acudí a dar clase.
Algunas revistas sensacionalistas publicaron después las listas de los que hubieran sido víctimas mortales del golpe en caso de que hubiera triunfado, pero nunca les dimos crédito.
El golpe, aún frustrado, tuvo sus efectos reaccionarios. Sería largo de exponer todo, pero digamos solo un par de cosas: no se llegó al fondo de la investigación del mismo (por ejemplo, de su trama civil), frenó el proceso popular de recuperación de la memoria histórica de la II República (aún hoy un tema tabú) e impuso una moderación forzada a las apetencias políticas del momento.